Es lo que individualiza a las naciones en el contexto del mundo y que les da un modo de ser, particular, a sus hombres y mujeres. Vista así la identidad nacional viene a ser, una proyección cualificada de las identidades individuales, lo mismo que la de todo un continente es el efecto de la expresión armónica de sus respectivas naciones culturales. Si habláramos a nivel cósmico, lo cual sin duda alguna será posible más temprano que tarde, diríamos que la identidad del planeta Tierra es la proyección unificada del espíritu que reflejan sus continentes. Por supuesto, el trasfondo de esa escala de identidades es la cultura o sea lo que los hombres hacen a través del tiempo y con base en sus respectivos espacios.
LAS IDENTIDADES NACIONALES HOY. DESAFÍOS TEÓRICOS Y POLÍTICOS
Raúl Béjar y Héctor Rosales1
* Sociólogos, de Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarías de la UNAM.
LAS CIRCUNSTANCIAS Y EL CONTEXTO
La pertinencia de volver a discurrir académicamente sobre la identidad nacional mexicana nos parece evidente si consideramos la situación de los estados nacionales en el contexto mundial. Compartimos, con algunos autores, la observación de que para comprender la época histórica contemporánea resulta indispensable tomar en cuenta el juego dialéctico que se establece entre la globalización y los procesos identitarios.
Estos dos grandes temas son objeto hoy de intensos debates y posicionamientos teóricos e ideológicos. A manera de ilustración nos interesa sintetizar algunas ideas clave que pueden servir para orientar nuestra discusión.
Coincidimos con la idea de que la globalización es un concepto que abarca todos los aspectos de la condición humana (Robertson, 1998). La globalización es un fenómeno multidimensional. Podemos interesarnos por sus dimensiones económicas, políticas, geográficas, sociales o culturales. La globalización es al mismo tiempo un proceso histórico, narrativo e imaginado (García Canclini, 2000). De los diferentes enfoques sobre la globalización resulta relevante, para nuestros propósitos, la obra de Manuel Castells. En sus tres volúmenes de La era de la información, este autor ofrece un panorama general de la economía global y del papel que tienen la información y el conocimiento para la integración de las nuevas formas de producción e intercambio, así como de las modificaciones en la configuración del espacio-tiempo, o espacio de flujos. Además de la capacidad de Manuel Castells para integrar gran cantidad de información y del acierto de concebir al mundo como el escenario pertinente para cualquier científico social, queremos ponderar la imagen sintética que nos ofrece del momento histórico contemporáneo. De acuerdo con Manuel Castells:
Estamos viviendo, desde hace más de una década, una transformación histórica multidimensional definida por la transformación del sistema productivo, del sistema organizativo, del sistema cultural y del sistema institucional, sobre la base de una revolución tecnológica que no es la causa pero sí el soporte indispensable (Castells, 2003: 5).
Consideramos que esta caracterización de nuestra época histórica puede complementarse con algunas ideas generadas en la vertiente del pensamiento crítico. Por ejemplo, el señalamiento de que resulta muy importante distinguir varios aspectos de la globalización: la percepción cotidiana o de sentido común que se tiene, sobre todo en las ciudades, las cuales ofrecen entornos homogéneos, especialmente en los centros comerciales trasnacionales, mediadores de una relación aparente con muchos países del mundo a través de sus mercancías distintivas; por otra parte se tiene el uso ideológico de la globalización, que a través de diversos aparatos y agentes, la presentan y conciben como un proceso natural y “benéfico” para el conjunto de la humanidad; finalmente es importante destacar el uso potencial de la globalización como categoría teórica. En esta dirección han avanzado muchos autores, entre los que destaca, en nuestro medio, John Saxe-Fernández. Para este autor:
Como categoría histórica, la globalización es un equivalente a la “internacionalización económica”, y por lo tanto es un fenómeno íntimamente vinculado con el desarrollo capitalista, intrínsecamente expansivo y que tiene en la experiencia colonial e imperial una de sus más claras expresiones históricas contemporáneas. En este sentido la globalización ocurre en los contextos de poder y contradicciones del capital. Si por globalización entendemos la internacionalización económica, es decir, la existencia de una economía internacional relativamente abierta y con grandes y crecientes flujos comerciales y de inversión de capital entre las naciones, entonces no es un fenómeno nuevo, inédito ni irreversible (Saxe-Fernández, 2003: 9-10).
El debate sobre la globalización resulta estratégico porque nos puede conducir a caracterizar nuestro momento histórico. De esta manera, la globalización puede pensarse como la era en la cual el capitalismo mantiene una serie de monopolios en las sociedades centrales, a saber: el monopolio financiero, el monopolio científico y tecnológico, el monopolio militar, un monopolio sobre los recursos naturales, junto con un mercado mundial diseñado para posibilitar el intercambio de mercancías y capitales pero no de la fuerza de trabajo (Amin, 1997 y 1999). El fenómeno a explicar es el hecho de que un mismo régimen de acumulación extendido a escala global sea compatible con varios regímenes de significación tanto en el centro como en la periferia.
En lo que se refiere a los procesos identitarios, es primordial recordar la formación de una conciencia política internacional sobre la importancia de la diversidad cultural en el mundo, a través de las acciones de la UNESCO, entre las que destacan las obras: Nuestra Diversidad Creativa, el Primer y Segundo Informes Mundiales sobre la Cultura y, en particular, el Informe sobre el Desarrollo Humano 2004. La libertad cultural en el mundo diverso de hoy.
Cada vez es mayor la sensibilidad ante los efectos que está teniendo la globalización neoliberal sobre las culturas del mundo porque, al estar subordinada al proceso sistémico de acumulación de capital, conlleva un proceso polarizante entre países o regiones y acentúa las diferencias de clase, interétnicas y de género.
En el marco de las relaciones conflictivas que se establecen entre globalización e identidades culturales destaca, como un nudo problemático, lo que se ha llamado ocaso, declinación, desgaste, obsolescencia, fin, extinción o muerte de los estados nacionales, contrapuesta a otros autores que subrayan la funcionalidad de esta forma de organización sociopolítica para el sistema de acumulación a escala mundial.
Nuevamente resulta ilustrativa la síntesis que ofrece Manuel Castells de esta situación y que coincide con las imágenes que ofrecen día a día los medios de difusión. Los estados nacionales parecen incapaces de controlar la globalización de la economía, de los flujos de información, de los medios de comunicación y de las redes criminales. Hay una creciente pérdida de soberanía económica, lo cual reduce el margen para la formulación de políticas económicas “nacionales”.
El Estado nación basado en la soberanía de sus instituciones políticas sobre un territorio y en la ciudadanía definida por esas instituciones es cada vez más una construcción obsoleta que, sin desaparecer, deberá coexistir con un conjunto más amplio de instituciones, culturas y fuerzas sociales (Castells, 2003: 8).
Esta situación repercute sobre los procesos identitarios porque, según Castells, la identidad de la gente se expresa cada vez más en un ámbito territorial distinto del Estado nación moderno. Hay un mayor apego a las identidades locales o regionales que a las identidades históricas constituidas. Desde luego, este es un tema de investigación específico que requiere de considerar múltiples situaciones y determinaciones concretas.
Por su parte, quienes señalan la vigencia de los estados-nación argumentan que esta forma de organización social ha estado vinculada con las necesidades históricas del capitalismo en diversos momentos. Si bien el capitalismo no inventa a los estados nacionales, sí se sirve de éstos porque resultan funcionalmente útiles para delimitar fronteras y circunscribir territorios, además de ser aparatos burocráticos y administrativos que someten políticamente, dividen y diversifican u homogeneizan culturalmente, disciplinan laboralmente, liberan imaginaria y nacionalistamente, además de ofrecer condiciones adecuadas para la explotación económica y el mantenimiento de un orden jurídico que mercantiliza y ciudadaniza a los pobladores.
En síntesis, los estados nacionales han cumplido funciones de control y disciplinamiento social, además de contar con aparatos ideológicos que se articulan para presentar la realidad capitalista como la única forma de sociedad legítima o posible. En las condiciones del capitalismo globalizado el capital no depende menos de los estados territoriales de lo que lo hizo siempre. El capital necesita estados que organicen el mundo para mantener su lógica de acumulación. Si bien es cierto que el estado-nación debe responder a las demandas del capital global y que ciertos principios administrativos se han internacionalizado para facilitar los movimientos del capital a través de las fronteras nacionales, los principales instrumentos de gobierno global siguen siendo, sobre todo, estados-nación. Hacia el futuro, según Tirado Almendra: los Estados nacionales, lejos de desaparecer, continuarán multiplicándose al menos en el transcurso de los próximos 100 años, como resultado de una tercera tendencia secular peculiar del capitalismo histórico, encaminada a descentralizar sus unidades de organización política (los Estados nacionales) conforme progresan otras dos tendencias seculares peculiares y centrales del sistema: el aumento de la riqueza y mayor centralización por un lado, y la mercantilización/precarización de las masas trabajadoras del otro (Tirado, Almendra, 2004: 6).
Si pensamos en las circunstancias específicamente mexicanas, resulta urgente colocar en la esfera pública la importancia que tiene la cultura como un elemento clave para discernir las opciones que tenemos como sociedad (Arizpe, 2004; Giménez, 1999). Entendemos, con Gilberto Giménez, que los procesos identitarios forman parte de la problemática cultural y que es necesario avanzar en la comprensión colectiva de la importancia que tienen los procesos simbólicos y los entramados de significación, tanto para los proyectos de vida individuales como para los proyectos colectivos (Giménez, 2000). En el caso específico del Estado nacional mexicano nos resulta indispensable observar de qué manera se presentan fenómenos contradictorios en el marco del capitalismo global y de sus tendencias predominantes porque si bien es cierto que podemos constatar la “venta de México”, como la ha llamado Miguel León Portilla, (León Portilla, 2004) esto es, la desnacionalización económica, la complejidad de nuestra sociedad nos invita a advertir que se mantienen actuando gran parte de los aparatos ideológicos del estado-nación y que cada esfera de lo social constituye un frente de lucha que es al mismo tiempo institucional, económico y simbólico.
De esta manera, podemos abrir múltiples interrogantes sobre lo que pasa con la educación, la salud, la alimentación, la religión, las opciones productivas, la diversidad étnica, los equipamientos urbanos, las innovaciones tecnológicas y el uso de los medios de difusión, además de las temáticas del campo artístico y cultural; así como la definición y uso del patrimonio cultural, de las ciudades históricas, los paisajes y lugares turísticos. En cada situación concreta se juega el sentido de lo nacional, aunque ahora de una manera mucho más matizada y sutil. No se trata del juego dicotómico entre lo propio o lo ajeno, sino de la activación de una conciencia histórica de pertenencia que potencialmente enriquece de sentido las vidas individuales, más allá de las instrumentaciones políticas y más acá de la lógica económica dominante.
Comentario personal
Es muy cierto que nuestra identidad esta fracturada, actualmente los mexicanos no se sienten identificados con esta nación, no lo hacen totalmente, es tanta la información que recibimos de otras naciones, que constantemente nos sentimos parte de otras naciones que de la nuestra, tal vez esto sea porque de alguna manera compartimos ideales que se llevan a cabo en otros países y en el nuestro de alguna manera no lo vemos. Entonces acabamos sin ser parte de algo y terminamos sin identidad.
La mala gobernación que ha tenido nuestro país, ha provocado que reneguemos de nuestra identidad nacional, pero en cuestión cultural, me atrevo a decir que muchos compartimos aun parte de ese orgullo de llamarnos mexicanos.
Sandra Muñoz Islas.
Aunque muchas veces los mexicanos carecemos de un concepto claro en cuanto a nuestra identidad, todos compartimos caracteristicas muy relevantes de nuestro pais, y asi aunque no tengamos un concepto muy bien definido, compartimos una cultura muy rica que a todos nos agrada.
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